Era como una tarde nublada de frío al llegar a una estación de tren
Y decirse no te vayas, todavía no me dejes....
Como si un tren nos fuese a distanciar,
Pero, sin embargo, estábamos llegando a la estación.
El verano nos estaba empapando en su suavidad,
Envolviéndonos en múltiples aromas decididos a atarnos entre sus redecillas…
Redecillas de las cuales nunca más osaríamos desatarnos.
Bendita la lluvia que me mojó hasta ti,
Benditas las estrellas que nos hicieron encontrarnos,
Y en aquel bendito silencio,
Sellar entre miradas cómplices ese pacto.
¿Cómo es que ni palabras necesitamos para darnos a entender?
Ese silencio era mas claro que mil discursos recitados....
Queriendo dar por entendido que ya estaba todo dicho.
Y sí, lo estaba, aunque el letargo que nos tenía envueltos en la espera, no lo daba a relucir...
Ambos sabíamos qué estaba pasando.
Ambos sabíamos que esa noche no eran más que mil canciones…
Mil amaneceres y otros tantos ocasos…
Y esa brisa… esa suave brisa que nos envolvía en palabras sin sentido,
Palabras que a gritos nos contaban lo que queríamos
Y que lo concretaremos el día en que decidamos saltar…
¿Saltar a donde? A la vida, al cielo y las estrellas…
Saltar a la felicidad… al amor, a nuestro amor.
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